La Dolce Vita: El arte de vivir sin prisa
La vida es dulce como un helado de leche merengada en una tórrida tarde de verano, como un beso bajo la lluvia, como un viernes en casa viendo el clásico del cine italiano dirigido por Federico Fellini en 1960 -con unos inolvidables Marcello Mastroianni y Anita Ekberg- donde Rubini rezaba eso de que “En la vida, uno debe de ser capaz de encontrar la armonía que habita en una buena obra de arte”.
Y si la vida es la obra de arte suprema, la belleza es la única constante en el “Dolce Far Niente”/”Lo dulce de no hacer nada”, esa filosofía que evoca el hedonismo más puro. En la célebre cinta de Fellini, su protagonista Marcello, se deja llevar por la diversión, hastiado de su trabajo. Quiere perseguir su verdadera vocación: Ser escritor. Esa es la premisa de una corriente cultural inspirada en la Roma de los 60, esa que emergía y abandonaba poco a poco -y con la ayuda Plan Marshall- los años de la posguerra. Las imágenes de las grandes divas del cine dejándose ver por la capital italiana, corrían como la pólvora. La imagen de una ciudad que aunaba frivolidad con modernidad, era recibida con curiosidad, pero también mucho escepticismo ante una sociedad que aún rezumaba estrechez de miras y una iglesia católica que condenaba aquel estilo de vida despreocupado.
Aquella Roma y la Cinecittà son los iconos de una época que nos deja joyas históricas como ‘Ben Hur’ (William Wyler, 1959) o ‘Cleopatra’ (Joeseph L. Mankiewicz, 1963) testigo del romance entre Richard Burton y Liz Taylor.
Los 60 en Roma terminaron, pero nos dejaron el legado de una filosofía eterna: Vivir como si la vida fuera un cigarrillo a punto de consumirse en la boca de la Bellucci. Eso es La Dolce Vita. Es una foto de Slim Aarons, donde los protagonistas empinan en vasos de cristal tallado, lucen colores pastel y se cobijan de Lorenzo bajo parasoles flecados. Es un plato de paccheri bajo los limoneros de Da Paolino, en Capri. Es despertarse a las 11 de la mañana y escribir en una Olivetti algunos versos inspirados por un amor de verano. Un viaje en Spider por Amalfi, pasando por Positano y seguir para darse un baño en el Fiordo Di Furore. Es una escena sacada de la mente de Paolo Sorrentino. Es como la risa de Sophia Loren cuando le preguntan qué es lo que más le gusta de esta vida y ella responde: “Mangiare”.
La vida es un tablero de ajedrez en azul y blanco que se juega desde el mar, como el hotel Parco dei Principi en Sorrento, creado en el 62 por el maestro de maestros y culpable de situar a Italia en el epicentro de la modernidad: Gio Ponti. El hotel sorrentino y sus cerámicas de Fausto Melotti son la demostración definitiva de que el verdadero lujo, es la sencillez.
Esa sencillez exquisita con la que Dickie Greenleaf (un guapísimo y morenísimo Jude Law) disfruta de la vida en “The Talented Mr. Ripley” -basada en la novela de Patricia Highsmith, que ya nos regaló ‘Plein Soleil’, su primera adaptación, con Alain Delon como Ripley- donde Matt Damon se obsesiona con el pobre niño rico enamorado de un pueblecito de la costa italiana. Dickie encarna todo lo que abarca este concepto: El pelo bañado por el sol, la piel canela, la naturalidad navegando a vela mientras fuma, la actitud de vividor, las camisas de lino, la mirada seductora, las alpargatas descalzas por detrás, la golfería, la alegría de vivir. La escena en la que interpreta la canción “Tu vuo fa l’americano” de Renato Carosone pone la guinda a un personaje que es la quintaesencia del ‘Dolce Far Niente’. Alguien que va por la vida como si la hubieran hecho para él. Y es que, en realidad ¿no es así?
Ese pueblecito italiano que vuelve loco a Dickie, no es otro que la isla de Ischia pero Highsmith la rebautizó para su novela como Mongibello. Y aunque no existe en la vida real, en Concept hemos querido traer su esencia a este lado del mediterráneo para meterla en el que será nuestro hotel más evocador. Mongibello se materializará en una Dolce Vita ibicenca en la que lo único que tienes que hacer, es no hacer nada.